Don Canuto


Don Canuto, jubilado del campo y marido de Doña Manuela, no era un viejo normal. Tenía setenta y cuatro años, y se dedicaba a hacerle la vida imposible a todo el mundo.

Las mañanas las pasaba sentado en un banco de la plaza mayor del pueblo, equipado con una gorra picuda de más de treinta años y un anticuado bastón.




Le encantaba el tabaco de mascar que le traía un sobrino de los Estados Unidos.
—¡Los que fuman cigarrillos son unos cagones de mierda! ¡Venga, hombre!—Así justificaba su adicción y predilección. 

Tras escupir teatralmente al suelo, silbaba a todas las mozas que pasaban por delante; bramándoles espeluznantes piropos a las que le despertaban su lado bravucón. Tenía frita a la panadera:
—¡Viejo verde! ¡Se lo diré a Doña Manuela! 
—¡Eso, eso! ¡Me libraré antes de ella! 

Seguía con el entrecejo fruncido a los chavales que deambulaban por allí. Golpeaba secamente el suelo con el bastón, como el juez su mazo, para dictar sentencia. Cuando los tenía a tiro, se las ingeniaba para lanzarles, muy hábilmente, una china de las que se entretenía en recoger del suelo en su camino de ida, y que guardaba en su bolsillo del pantalón. Los chicos se lamentaban de su tino: 
—¡Don Canuto, joder! ¡No me de en la cabeza, que tengo que estudiar! 

Y corriendo se alejaban del campo de visión del viejo, maldiciendo su antigua casta.




Doña Manuela y Doña Paquita eran sus esclavas personales. Siempre con el uniforme puesto: las zapatillas de andar por casa, el delantal y el moño ideal que sujetaba sus canas.



El viejo no les permitía ir a los viajes de la tercera edad: 
—¡Qué coño vais a viajar! ¡Eso es para los que no tienen nada que hacer! ¡Venga, hombre!

Su papel -según él- era estar en la cocina, tener lista la casa y poco más. ¡Iban a caer en una depresión! Por las tardes se pasaba el tiempo encima de ellas; no las dejaba ni a sol ni a sombra. Cuando cosían, no daban un pespunte derecho; cuando fregaban, dejaban el suelo sucio y mojado; cuando cocinaban, lo hacían fatal y la comida estaba sosa… 

Doña Paquita, cuñada de Doña Manuela, quería volverse a su pueblo. Ésta la invitó a vivir con ellos cuando murió su hermano. ¡Si lo hubiera sabido se habría quedado en una residencia! Que si era una intrusa, que si una boca más para tan poca pensión, que si era fea, que si alguna vez había aprendido a hacer algo en su vida… ¡Iba a volverla loca! Pero Doña Manuela le imploró que no la dejara sola pues temía morir por tanta presión.

Solían recibir cortas visitas de algunas personas del pueblo.




Decían a Doña Manuela en su cara que tenía un marido asqueroso y que ojalá estuviera muerto. El viejo, desde la habitación más profunda de la casa, prorrumpía en sonoras carcajadas y las mandaba a todas a tomar por c…

Doña Manuela y Doña Paquita se dieron cuenta de que tenían que hacer algo; el mundo, y sobretodo ellas, estarían mejor sin Don Canuto.

Sentadas una noche en el patio, con una copita de anís seco cada una, se pusieron a elaborar una pequeña lista con posibles formas de mandarlo al otro barrio. Disfrutaron enormemente. Además, les quitó bastante estrés acumulado. 




La lista, tal cual, era esta:


1. Colgarlo de la torre de la iglesia.
Esto podía ser difícil porque entre las dos no podían levantar ni un saco de patatas; suponía mucho esfuerzo.

2. Golpearlo con una bolsa de ladrillos mientras duerme.
Esta opción dejaría mucha sangre y no querían limpiar más de la cuenta; idem si utilizaban cuchillos.

3. Ahogarlo con una bolsa de plástico.
Entre las dos sujetarían la bolsa alrededor de su cuello… Seguidamente podían sumergirlo en la bañera, y hacerlo desaparecer con sosa cáustica.

4. Atarlo de pies y manos a una silla, rociarlo con gasolina y prenderle fuego.
Lo habían visto por la televisión, pero primero tendrían que ser capaces de inmovilizarlo, y no querían que las acusaran de asesinato en 1er. grado por violencia de género, las metieran en la cárcel de por vida y no pudieran irse a los viajes del Imserso.

5. Ponerle pequeñas cantidades de veneno en la comida.
Don Canuto casi siempre comía lo mismo; se daría cuenta enseguida.

6. Empujarlo por las escaleras.
¿Qué escaleras? Vivían en una casa de un solo piso.

Se decidieron por la tercera opción. Estaban tan animadas que, en su ingenuidad, pensaron que iba a ser muy fácil. 

A la mañana siguiente, tal y como habían planeado, Doña Paquita se puso el mejor vestido que tenía, de unos diez años más o menos, cogió su bolso negro, se pintó los labios de rojo carmesí y, muy decidida, salió en dirección a la fábrica de producción de papel a buscar suficiente sosa como para corroer un cuerpo.


Cuando llegó, se dio cuenta de que el guardia de seguridad que vigilaba la puerta era un hombre muy bien parecido, como una muralla de alto, al que tendría que engatusar para conseguir algo. Pero a sus sesenta y seis años tenía la autoestima muy baja -como decía Don Canuto, era demasiado fea- y tras hacerle tres preguntas vagas, se volvió por donde había venido. 

Llorando se presentó en su querida casa de acogida. Doña Manuela le dijo que no se preocupara; ya verían cómo se desharían del cuerpo.

El viejo se levantó más tarde de lo normal. Se cruzó con ellas en el pasillo, una secándose las lágrimas y la otra consolándola; pero él, como siempre, las ignoró. Desayunó y se marchó con su sobre de tabaco a tomar el aire. No apareció en todo el día. 




Regresó por la noche y, sin decir ni mú ni probar un bocado, se metió en su habitación. Doña Manuela y Doña Paquita no salían de su asombro. "¿Qué le pasará?", se preguntaban ambas. Estuvo portándose así durante varios días. Apenas lo veían por casa. Ni en la plaza del pueblo. Ni se metía con nadie. Esto hizo que se despreocuparan un poco del tema que tenían entre manos. Don Canuto estaba irreconocible. Los momentos de tranquilidad, que ahora gozaban, eran impagables. 

Una mañana temprano, Doña Manuela se encontró una carta en su cocina.


Era una carta escrita por Don Canuto.

Decía lo siguiente:

“Estimadas Manuela y Paquita (por decir algo): Cuando leáis esto seguramente estaré ya muy lejos de esta mierda de pueblo. No me busquéis. Me he fugao con la panadera, ya sabéis, esa que tiene tanto pecho y un culo como una catedral de grande. Solo quiere mi dinero. A mí me da igual, yo solo quiero sus servicios.
El otro día, cuando estaba sentao en la plaza, me dio una tos tan fuerte que casi me ahogo con el maldito tabaco. Me puse a escupir sangre. Así que cogí y me fui a ver al médico. Me dijo que aquello pintaba mal y me mandó a casa a la espera de unas pruebas.
Ayer llegaron los resultados. Tengo algo bastante chungo;  poco tiempo de vida. Para qué os lo iba a decir, seguro que os ibáis a poner a dar saltos de alegría. El jodío tabaco de tu sobrino, Manuela. Que me has estao matando poco a poco sin darte cuenta. ¡Qué cabrona! ¿Y tú, Paquita? ¿Te liaste con el guardia de la fábrica? ¿No, eh? Me lo encontré en la plaza y me dijo que le preguntaste sobre no sé qué ácido. ¿Qué ibas a hacer con él, eh? ¿Tragártelo no, verdad? Una pena, joía, una pena.
Pues , que me voy, que ahí os quedáis. Cuando me muera cobrarás la pensión de viuda, so mamona, pero ahora me llevo yo mi dinero, que es mío, y pa lo poco que me queda me lo voy a gastar con la tipa esta…
¡Qué os divirtáis!
Don Canuto.”    

Doña Manuela, sonriendo, levantó la vista del papel. "¡Vaya con el sobrino!", pensó.




Comentarios

  1. El que más me ha gustado de todos. Me lo he pasado genial leyendo. BRILLANTE

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    1. Emilio, tú que me ves con esos ojos jajajaja... mil gracias

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  2. Muy divertido con un final muy típico de contestación de abuelos

    Un fuerte abrazo

    NIG

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    1. Gracias Nereo. No nos conocemos, pero veo que compartimos gustos parecidos en la lectura. Gracias!

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  3. Vaya tela con el abuelo... Magistral el humor negro que destila el relato desde el principio hasta el fin. Yo pensaba que me iba a encontrar algo más costumbrista pero nada más lejos de la realidad. El momento de cuando hacen la lista y los comentarios de cada acto son impagables. Y el final, con la carta de don Canuto, muy acertado. Vamos, que te ha quedado redondísimo.

    Si los dos primeros que me he leído en tu blog son así, ¿cómo serán los siguientes?

    ¡Un abrazo y nos leemos!

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    1. Pedro! Qué sorpresa verte por aquí! Don Canuto es uno de mis preferidos. Me lo pasé genial escribiéndolo. Empecé el blog en diciembre. Si lees en ese orden verás cierta evolución. Gracias por tus comentarios. Si ves algo digno de mención mensajeame, porfi, que también deseo aprender. Nos leemos!!

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    2. Entonces empezaré de abajo arriba, tienes razón. Siempre es bueno bueno ver por donde se empieza y hacia donde se va.
      ¡Saludos! :)

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    3. Lo de hacia donde voy no sé yo si se ve, jajajaja, la evolución creo que sí que se nota. Saludos.

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