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Mostrando entradas de agosto, 2022

Misión a medianoche

Tenía que terminar lo que había empezado. Encendí la luz, me di la vuelta y saqué la caja de debajo de la cama. Ahí estaba todo: la navaja, el cordón necesario para poder sujetarlo bien, alfileres (por si se hacía de rogar), un trapo asqueroso de haber limpiado la bici (para recoger restos). Me levanté haciendo el menor ruido posible. Mi hermano roncaba en la cama de al lado. "¡Apaga la luz!", gritó, y se tapó la cara con las sábanas. "Voy a mear", murmuré. Me daba miedo la oscuridad. Me aferré a mi caja y, nervioso, bajé las escaleras. No sabía si me iba a dar tiempo. Yo tenía 7 años y mi madre 40. Colgarle un cartel de bienvenida sin "liarla" era todo un reto para mí. Solo quería decirle que la había echado mucho de menos y que la quería a rabiar.

Susana esperaba

Susana esperaba que Álex volviera pronto. Había disfrutado mucho con él. Se desperezó bajo las sábanas que marcaban su extremada delgadez. El hastío que la dominaba desde hacía tiempo había desaparecido por el momento. Se levantó y fue a ducharse. Conoció a Álex en la discoteca a la que siempre iba con sus amigas. Todos los fines de semana era lo mismo. Bebida, música, chicos. Acababan borrachas y despeinadas, sentadas en el escalón del portal de cualquier calle. Iba sin ganas. Se dejaba llevar y nada más. En la disco evitó un choque con Álex. Susana no se había quitado su abrigo marrón. Él la miró. Ella a él no. Siguió adelante sin ningún titubeo, seria, como una autómata. Salió a la calle y subió el cuello de su abrigo porque hacía frío. Sabía que él vendría. Álex apareció en la puerta, encendió un cigarro, le dió una calada y lo ofreció a Susana. -¿Vienes mucho por aquí? -No, poco.- Ella esbozó una sonrisa y le devolvió el cigarro. -¿Damos una vuelta?- dijo Álex. Susana ec

Precielos

  ¡Cómo deseaba abandonar este mundo!  Mi familia vivía ya indefinidamente en Precielos, el mundo sin estrés. En su última carta, mi madre decía que aquello era como estar en una continua Navidad. Que trabajara mucho y sin control, así lo conseguiría. Pero nada. El Gobierno había cambiado el máximo nivel de estrés oficial. Los afortunados que lo superaban eran transportados en barco a Precielos. Y allí, paz y concordia.  ¿Y yo me iba a conformar con unas sandalias monísimas que me enviaba mi madre de regalo? Se iba a arrepentir el Gobierno de haberse inventado un precielo.