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Mostrando entradas de 2014

Buscaba soledad y encontró otra cosa

Llegó al hotel por la noche. Llovía y un frío húmedo helaba sus carnes. Necesitaba ducharse y dormir. Había discutido durante varios días con su mujer, harto de que controlara sus pasos hora tras hora: con quién trabajaba, con quién hacía deporte, que si el ordenador, ¡uf! Siempre tenía que estar diciéndole que la quería. Y la quería, sí, pero ese control absoluto era insoportable. Así que cogió la maleta y se fue. El hotel era un caserón del siglo XVII de ladrillo rojo, con un escudo en la fachada. En el mostrador fue atendido por un viejo encorvado. Decía que era el dueño: —¿Busca usted soledad, señor? Aquí encontrará soledad. Hace mucho tiempo que las mujeres, en esta casa, pasaron a mejor vida. —Afirmó con rotundidad. —Qué bien… —El viajante tragó saliva. La boca de ese hombre, torcida en una perenne mueca, y sus ojos, que parecían salirse de las cuencas, le asustaron. La construcción, de techos altos, era de una sola planta. Conservaba sus muebles de época y tenía muy poc

Los vigilantes (v2)

Los nuevos que llegan a esta sección no saben que se les puede complicar el trabajo. Vigilamos el parque del Alamillo de Sevilla desde tiempos inmemoriales. Hasta Cervantes lo nombra en una de sus obras. Pero, actualmente, este parque no es famoso tanto por su aparición en los libros como por tratarse de una amplia zona de reunión y divertimento de miles de personas que acuden a él por variados motivos. Es, además, un magnífico ejemplo de cómo pueden llegar a convivir en paz y armonía los hombres, la vegetación y los animales que moran en él. La belleza extraordinaria consecuencia de tal equilibrio tiene un alto precio, y no siempre es fácil conservar ese concierto entre mundos tan dispares. Así que si nuestra experiencia puede ayudar a las siguientes generaciones, bienvenido será. Contaré uno de los últimos sucesos, transcurrido durante la mañana del 28 de febrero del año 2013, día de Andalucía. Además de ser día festivo, ese año se cumplía el vigésimo aniversario de la apert

El abuelo

Su empresa era digna de admiración. Llevaba viudo ya muchos años y no había dejado descendencia.  No tenía tiempo libre, pues daba clases de apoyo en un instituto, realizaba manualidades y bricolaje con sus excompañeros de milicia, practicaba deporte... Y hacía algo más: dos horas dedicaba a ello. Empezó diciendo que era su abuelo: el de aquél, el de aquélla y el de los de más allá... ¡Habían tantos! ¡Todos tan solos! Cuando escuchaba a alguno llorar se levantaba de la silla portátil y, acercándose sigilosamente a la cuna, lo cogía. Sus brazos aún eran robustos. E l bebé le miraba, entre absorto y perdido en sus ojos azules. Entonces, e l abuelo empezaba a acunarlo suavemente, con movimientos rítmicos, arriba y abajo, arriba y abajo, dando cortitos paseos y entonando una bella canción infantil que le cantaba su madre: “ Calla mi vida, no hay que llorar, duerme y sueña feliz. Siempre mi arrullo te acompañará , siempre estaré junto a ti. ” Poco le duró el engaño. Al tercer día, la

El circo Belle Époque

—Sí, ha sido mi tía abuela. Estoy segura. A pesar de mi afirmación rotunda, a los policías encargados de investigar la desaparición de mi novio se les escapaba una sonrisa. Mi tía abuela Rosario había muerto de un ataque al corazón hacía tres años. Yo era la única persona que vivía con ella desde que era una cría y cuidábamos la una de la otra. Cuando era muy pequeña, mis padres, acróbatas de profesión, decidieron dejarme en su casa por una promesa de giras circenses por Europa. Quería haberme ido con ellos y que aquella fuera también mi vida. ¿Quién iba a dar el biberón a las crías de león recién nacidas? Quince años después de la fuga familiar todavía me pregunto por qué era incompatible volar por los aires subidos en un trapecio con criar a una hija. Ahora dicen que las mujeres de circo aprenden a ser acróbatas de la vida. Las otras, sustituímos las carpas por la inmensidad del cielo y la atención del espectador por la de una abuela que me enseñó que se peca de bobo si se le

La odisea de Ágata

Avancé sigilosamente por el pasillo oscuro. En mi mente se agolpaban multitud de imágenes que, corriendo desbocadas cual río bravo a punto de salirse de su cauce, provocaban un dolor agudo y persistente que presionaba mis sienes. La calentura me obligaba a buscar apoyo en las hendiduras de las rocas frías y porosas que formaban las paredes del hogar familiar. Mi estancia en el castillo de Rockingham estaba llegando a su fin. Haciendo honor a su fama de gobernante despiadado, Guillermo, rey de Inglaterra, tramó un plan con el que supuestamente yo, su hermana Ágata, le traicionaba, queriendo arrebatarle el trono junto con Alfonso y así garantizar la sucesión. El rumor se extendió con rapidez y, en el momento oportuno, mi propio hermano mandó a sus hombres que me persiguieran cargados de mazas, arcos y flechas. Cambié mis trajes y adornos por unos pantalones sueltos y una túnica corta del esposo de mi fiel criada. Ella misma me recogió el pelo en un moño con una red, aunque aún no era muj

Los vigilantes

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Los nuevos que llegan a esta sección no saben que se les puede complicar el trabajo. Vigilamos el Parque del Alamillo de Sevilla desde tiempos inmemoriales. Así que si nuestras experiencias pueden ayudar a las siguientes generaciones, bienvenido será.

Yet another Cinderella (Una Cenicienta más)

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Apuré el paso al escuchar las doce campanadas. No podía llegar tarde a casa, ¡mi madre me mataría! Si descubría el pastel podían caerme diez años más de trabajos forzados. ¿Por qué mis hermanas sí y yo no? Pregunta que rápidamente eliminé de mi mente porque en ese momento no obtendría respuesta. Tenía que irme.

Se busca hombre maduro para casarse

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Manuel estaba sentado en una mesa del Restaurante Oriza. Eran las diez en punto de la noche y esperaba pacientemente desde las nueve y media. Llevaba el mejor traje gris marengo que tenía para las reuniones importantes, camisa blanca de algodón y una corbata negra de cuero que le daba un aire más informal. Se había engominado el pelo, peinándolo hacía atrás, como a ella le gustaba.

Supersticiosa

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Mi psicólogo me ha dicho que soy supersticiosa. Por eso quiere que escriba esto, para demostrarme que también pueden ocurrirme cosas buenas. “¿Como qué?”, le pregunté, ilusa. “Averígualo tú misma. Te recomiendo que empieces por cuando eras niña”, me dijo él, haciendo una mueca facial ridícula, esa que todos los loqueros hacen cuando te quieren dar a entender que saben más que tú y te esconden cosas que a ti te importan un bledo.