Se busca hombre maduro para casarse

Manuel estaba sentado en una mesa del Restaurante Oriza. Eran las diez en punto de la noche y esperaba pacientemente desde las nueve y media. Llevaba el mejor traje gris marengo que tenía para las reuniones importantes, camisa blanca de algodón y una corbata negra de cuero que le daba un aire más informal. Se había engominado el pelo, peinándolo hacía atrás, como a ella le gustaba.





Mirando al exterior contemplaba a los enamorados que paseaban por la calle peatonal: unos, iban cogidos de la mano; otros, se abrazaban por la cintura; todos, avanzaban hacia su destino. Pero ¿acaso sabían cuál era su destino? Él pensaba en Sara. Empezaba a dudar que terminase apareciendo.



A Sara solo le faltaban tres metros para llegar. Sabía que era tarde, pero no tenía ninguna gana de ver a su antiguo novio. Él había sabido cómo insistirle y al final accedió. «Me gustaría cenar contigo, ¿podemos vernos? Solo quiero saber cómo estás. Brindaremos por los viejos tiempos», le dijo por teléfono. Los viejos tiempos. Reconocía que lo había pasado muy bien con Manuel, pero estar permanentemente en estado adolescente de excitación febril ya no le llenaba y ella quería asentarse y evolucionar. Él no. ¿Tan malo era formalizar una relación?

Abriendo la puerta del restaurante como quien rompe el velo que oculta un capítulo que creía cerrado, Sara entró y, reconociéndolo a lo lejos, se acercó a él resollando y con retortijones in crescendo.




Hola Manuel.

Manuel dio un respingo y se levantó, poniendo la mejor de sus sonrisas.

Buenas noches, Sara. Estás espléndida— dijo, besándola en la mejilla.

Sara se había puesto un vestido rojo, de escote redondo y ceñido en la cintura, que resaltaba su esbelta silueta. El pelo rizado le caía sobre los hombros.

Manuel, ¿qué quieres?—Sara fue al grano.—No tengo mucho tiempo—le aclaró, permaneciendo de pie. Algo le dolía en su interior y no quería dejarlo salir. No deseaba lamerse más esa herida.

Venga, siéntate. Este es un sitio agradable, ¿no te parece?— Él, que quería ser educado, le separó la silla. Sara, sin quitarse el abrigo, se sentó bruscamente.

Manuel volvió a su asiento, pero no pidió.

¿Qué quieres? ¡Suéltalo ya! No me digas que brindar por los viejos tiempos. Aquello ya pasó, no tiene ningún sentido— dijo ella muy seria, elevando la voz.

Relájate, mujer.

¡No! ¡Lo siento, pero no! Yo ya tengo otros asuntos de los que ocuparme y...

Sé tu secreto— la interrumpió Manuel. La sentía nerviosa e irascible, así que tuvo que cambiar de plan. No tenía más remedio. Sacó un papel de su bolsillo.





¡¿Qué?!— gritó Sara, exaltada, mirando el panfleto.

Manuel empezó a leer con aire burlón. Solo quería distender el ambiente. Cuando estaban juntos y veía que Sara se ponía nerviosa por las consecuencias que pudiera tener algo que hubiera hecho o dicho, él bromeaba, le quitaba importancia y conseguía que ambos terminasen riéndose juntos.

«Se busca hombre maduro para casarse. Debe cumplir estos requisitos:».

¡Espera! ¿De dónde has sacado eso?—Sara, bajando el tono y mirando a su alrededor, sentía vergüenza e intentaba tapar el papel con las manos.

Estaba pegado en una farola, ya sabes. ¿De qué te sorprendes?—le dijo él, impertérrito. Liberándose de ella, siguió leyendo—. «1.- Que quiera casarse para siempre, dar la vida y todo lo que eso conlleva.»




Manuel estaba animado. 

Es acojonante—se rió a gusto.— ¿Has recibido muchas llamadas?

Sara enmudeció. A él qué le importaba eso. Era su vida.

Quiero saberlo—dijo ya en serio.

Manuel, no voy a entrar en pormenores contigo, ¡así que déjalo!—chilló, importándole una mierda lo que pensaran los otros comensales. Notaba cómo la sangre subía rápidamente hasta su cabeza y le iba a estallar.

Él se dio cuenta de que Sara no había recordado su habilidad. Se dejó llevar y siguió leyendo.

«2.- Preservativos cero e hijos sin obsesiones numéricas. Es un rollo poner condiciones al amor.» Muy interesante. Disfrute y responsabilízese al máximo. Guau, sí que eres exigente.

¿De qué te sorprendes, eh? ¡Todo esto ya lo sabías!

Sara se tapaba los oídos. ¿Qué diantres hacía allí, ante quien había considerado su gran amor y a quien tuvo que dejar por querer ser un crío toda su maldita vida? La misma fuerza que a él le empujaba a seguir con su ironía, la clavaba a ella a la silla.

«3.- Que sea trabajador. No me gustan los perezosos. 4.- Que sea inquieto y culto. La vida es muy larga y hay muchas cosas interesantes por hacer. 5.- Que no descuide a su familia y amigos, siempre teniendo clara su prioridad. 6.- Que sepa cuidarme y escuchar, así me sentiré querida.»— Manuel leyó todo esto muy rápido, la cosa no iba a mejor.

Tú no cumples nada, por eso te dejé.

Manuel la miró unos segundos. A día de hoy, eso no era verdad. La amaba. A pesar de su contundencia, terminó de leer.

«Yo ofrezco mantenerme a su lado, no decidirlo todo, no presionarle, suavizar choques, acoger, animar... Llamar al XXX XX XX XX. Estaré encantada de charlar, y si surge el amor ¿quién sabe?» Es bastante prometedordijo, dejando el papel sobre la mesa. Mirándola de nuevo afirmó:Quiero otra oportunidad, Sara.

¿Así, ridiculizándome, es como quieres volver a enamorarme?le reprochó ella, dolorida y con lágrimas en los ojos. 

Perdóname, cariño. Aprovecho esta locura tuya para poder acercarme a ti. ¿Es que no lo ves?Le cogió una mano

Sara se soltó y le dio un guantazo. ¿En qué estaría pensando cuando decidió acudir a la cita? ¡Se odiaba a sí misma por su indecisión!

Tienes la delicadeza en los pies, como siempre. ¿Una locura mía? ¡Me voy! No quiero verte más, ¡que te quede claro!— Y se largó. No pensaba ya en nada, solo en alejarse de aquel lugar. Estaba decidida a olvidar definitivamente, cambiar de ambiente, conocer a otros hombres, y por qué no, darle una nueva oportunidad al amor. 

Manuel se dejó caer en el respaldo de la silla, desinflándose como un globo. ¿No había hecho bien? Miraba el paso decidido con el que Sara se alejaba de él, pero eso no le asustó. Solo esperaba que no conociera a muchos hombres a través de ese método: preveía el dolor de ella y su pérdida de tiempo. Habría que vigilarla.

Llamó al camarero:

No habrá cena esta noche, devuélvame el anillo. Tendrá que esperar.




Comentarios

  1. Hay veces que dejamos escapar opotunidades, unas sabiendolo y otras sin saberlo. ¿Quién es el que la ha dejado pasar aquí? Eso ya no lo tengo tan claro, quizá ambos.
    Muy buen relato, muy ágil. Me ha encantado.
    Un saludo!

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    1. Sí, Ramón. Quizás ambos. Gracias por pasarte, leerme y dejarme un comentario!!!

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  2. Me ha gustado mucho. Muy buen ritmo.
    Felicidades
    Joaquín

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    1. Gracias Joaquín! Me alegra mucho que te guste!! Saludos!

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  3. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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