El abuelo

Su empresa era digna de admiración. Llevaba viudo ya muchos años y no había dejado descendencia. 

No tenía tiempo libre, pues daba clases de apoyo en un instituto, realizaba manualidades y bricolaje con sus excompañeros de milicia, practicaba deporte... Y hacía algo más: dos horas dedicaba a ello.

Empezó diciendo que era su abuelo: el de aquél, el de aquélla y el de los de más allá... ¡Habían tantos! ¡Todos tan solos! Cuando escuchaba a alguno llorar se levantaba de la silla portátil y, acercándose sigilosamente a la cuna, lo cogía. Sus brazos aún eran robustos. El bebé le miraba, entre absorto y perdido en sus ojos azules. Entonces, el abuelo empezaba a acunarlo suavemente, con movimientos rítmicos, arriba y abajo, arriba y abajo, dando cortitos paseos y entonando una bella canción infantil que le cantaba su madre: Calla mi vida, no hay que llorar, duerme y sueña feliz. Siempre mi arrullo te acompañará, siempre estaré junto a ti.

Poco le duró el engaño. Al tercer día, las enfermeras de la unidad infantil de niños abandonados ya sabían a lo que iba y le dejaban hacer. El abuelo de los niños obtenía resultados excelentes. Era el único que podía calmarlos y sumirlos en un sueño tranquilo. El único que, con mucha paciencia, hacía que tomaran el biberón de un tirón.

Un día cambiaron su silla por una mecedora. El café caliente estaba esperándole. La “pequeña rubia delgaducha”, como él la llamaba, lloriqueaba sin consuelo. Mucho le estaba costando ganarse su amistad. Recién llegada estaba triste y no comía. Ahora se ahogaba y había empezado a sufrir espasmos. El pediatra corrió a ayudarla, pero nada pudo hacer. El abuelo se acercó llorando a la cuna, la tomó en brazos y exhaló su aliento sobre ella. ¿¡Qué hace!?, gritó el médico. ¿Creía que era Dios, que así nos dio la vida? Pero él la mecía, le susurraba canciones al oído, y la besaba.

Si estaba enajenado o no, él no lo sabía. Solo sabía que los niños son como los ángeles; hay que despedirlos entre algodones. En su cabeza resonaba la letra de un himno muy antiguo que decía: Portones alzad los dinteles, levantaos puertas antiguas. Va a entrar el rey de la gloria...”.




Comentarios

  1. Es la primera vez que visito tu blog, y tu relato sobre este generoso y tierno abuelo me ha parecido precioso. ¡Me gustaría saber más sobre él!
    Carla

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    Respuestas
    1. Hola Carla! Gracias por tu visita. Me alegro mucho de que te haya gustado. Tu página de escritura es chulísima. Felicidades!! Nos seguimos leyendo por Literautas.

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    2. Hola Elena, muchas gracias! Claro que nos seguiremos leyendo! Yo tengo intención de empezar con Literautas en cuanto salga la próxima escena, y estoy intrigadísima acerca de cómo funcionará todo!

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  2. Te he dejado un premio en mi blog. Si te interesa date una vuelta por:
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