Precielos

 

¡Cómo deseaba abandonar este mundo! 

Mi familia vivía ya indefinidamente en Precielos, el mundo sin estrés.

En su última carta, mi madre decía que aquello era como estar en una continua Navidad. Que trabajara mucho y sin control, así lo conseguiría. Pero nada. El Gobierno había cambiado el máximo nivel de estrés oficial. Los afortunados que lo superaban eran transportados en barco a Precielos. Y allí, paz y concordia. 

¿Y yo me iba a conformar con unas sandalias monísimas que me enviaba mi madre de regalo?

Se iba a arrepentir el Gobierno de haberse inventado un precielo.

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