Susana esperaba
Susana esperaba que Álex volviera pronto. Había disfrutado mucho con él. Se desperezó bajo las sábanas que marcaban su extremada delgadez. El hastío que la dominaba desde hacía tiempo había desaparecido por el momento. Se levantó y fue a ducharse.
Conoció a Álex en la discoteca a la que siempre iba con sus amigas. Todos los fines de semana era lo mismo. Bebida, música, chicos. Acababan borrachas y despeinadas, sentadas en el escalón del portal de cualquier calle. Iba sin ganas. Se dejaba llevar y nada más.
En la disco
evitó un choque con Álex. Susana no se había quitado su abrigo marrón. Él la
miró. Ella a él no. Siguió adelante sin ningún titubeo, seria, como una
autómata. Salió a la calle y subió el cuello de su abrigo porque hacía frío.
Sabía que él vendría.
Álex apareció
en la puerta, encendió un cigarro, le dió una calada y lo ofreció a Susana.
-¿Vienes mucho por aquí?
-No, poco.- Ella esbozó una sonrisa y le devolvió el cigarro.
-¿Damos una vuelta?- dijo Álex.
Susana echó a andar. Él tiró el cigarrillo al suelo y la siguió.
Andaron sin rumbo. Álex era un conversador inteligente. Llevaba las manos en los bolsillos, pelo despeinado, unas Nike y miraba a Susana cuando ella decía algo. Después, volvía a mirar al suelo. Parecía una chica guapa, extraña y poco convencional. Le dolía mirarla a los ojos.
Ella prefería escuchar. Un chico no pasea contigo sin buscar nada. Pero, a
pesar de eso, le divertían sus comentarios, le despejaba la mente, le hacía
olvidar a otros muchos muertos de hambre.
Llegaron a un
portal y Álex se paró. Sacó una llave de su bolsillo:
-Si quieres te invito a una copa y me explicas la teoría esa que tienes.
-No debería.
-No pasará nada si no quieres.
Susana subió y
se sentó en la mesa del comedor bajo una lámpara led tan baja que calentaba su
helada nariz.
-¿Me das tu abrigo?
-No.
-¿Un whisky para entrar en calor?
-Un whisky.
Hablaron
durante dos horas. Susana se había prometido a sí misma no acostarse con ningún
hombre más. Su experiencia era que ellos, al día siguiente, la ignoraban, y
ella se sentía usada y vacía. Álex parecía buen chico, estaba a gusto con él.
Como con todos. No quería estar más allí.
-Venga, ¡vete!- gritó Álex.
Susana se levantó, cogió su bolso y fue hacia la puerta. Álex dejó su vaso y
corrió a por ella.
Cuando Susana salió de la ducha, se puso un vaso de leche y paseó por el piso buscando que algo le contara un poco más de Álex. Pero no encontró nada significativo. Se puso su vestido negro y el abrigo marrón, y esperó en el comedor a que él volviera.
Sonó el
pestillo de la puerta.
-Hola -dijo Álex.
-Hola -Susana le sonrió.- No has venido a comer.
-Creía que ya no estarías.
Hubo un silencio prolongado.
-¿Cual es mi nombre? – le preguntó Susana.
-¡No te pongas así! He tenido que salir a ver a unos amigos.
-¿Si te dejo mi teléfono me llamarás? -forzó otra sonrisa.
-¡No lo sé! -gritó enfadado.
Susana se fue,
pero Álex llego tarde a la azotea.
(*) Este es mi
pequeño homenaje a una gran película, Stockholm.
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