La maldición



—¡No! ¡Me han robado! ¡No puede ser! ¡No!— Massimo se asomaba, aterrado, por babor y estribor, intentando distinguir algo a través de la enorme masa de líquido azul. 




—¿Qué dices, hombre? ¡Estate quieto!— le dijo Paolo, notando cómo su estómago decidía revolverse a la vez que el vaivén de la barca.


Paolo soltó los remos, se levantó con cuidado, agarró a Massimo por los hombros y le obligó a sentarse.




—Pero Massimo, ¿tú eres torpe o te lo haces? ¿Dónde lo tenías? ¡Contéstame!— le preguntó, excitado, sin dejar de soltarlo. La angustia seguía apoderándose de su pobre estómago.


—¡Estaba aquí, en mi bolsillo! ¿Dónde si no?— Massimo, lloriqueando, metía las manos una y otra vez en los bolsillos de sus vaqueros—. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¡Malditos para siempre!... ¡Esa vieja furcia se va a enterar! Debió quitármelo anoche mientras bebíamos...


—¡No digas tonterías! ¡Yo te he visto esta mañana jugueteando con él! ¡No te lo ha robado ella! ¡Así que piensa, piensa dónde está, si no quieres que me enfade!— Chilló Paolo, sacudiendo a su colega con fuerza.


—¡No lo sé! ¡No lo sé!... ¡En el fondo del mar estará!— gimoteó Massimo, balanceándose sobre su asiento. Se levantó bruscamente. Recorrió la pequeña barca de proa a popa a grandes zancadas, como un pobre loco recorrería su celda, buscando una insignificante paja en un gran pajar.

—¡Para ya, estúpido! ¡Vamos a volcar por tu culpa!


Massimo se tiró al suelo. Adoptó la posición fetal, cubriéndose la cabeza con ambos brazos.



En el otro extremo, Paolo volvió a coger los remos.

—¡Escúchame, desgraciado! ¡Escúchame, si no quieres ser carnaza para los tiburones!... Ayer realizamos el robo del siglo, ¿verdad? —Massimo, sin dejar su postura, afirmaba con la cabeza—. Nos dimos una buena comilona en ese precioso yate a cuenta del estúpido de Don Leone... Y sus chicas están que se salen... Lo pasamos bien, ¿eh?


El cielo se estaba poniendo gris. Las nubes eran atraídas por un viento helado. El mar comenzó a agitarse. Gotas de agua salpicaban sus rostros cansados.


Massimo saltó de nuevo, hecho un mar de nervios.


—¿Ves? Ya está llegando... La maldición... ¡La maldición viene a por nosotros! ¡No hay nada que hacer! —se lamentó, arreciando en sus lloriqueos.


—¡Déjate de tonterías! ¿Me has oído? ¡Eso son cuentos de viejas! ¡Ni una palabra más o te mato aquí mismo!  


A Paolo le estaba costando mucho manejar los remos. 



Si aquel colgante les podía traer o no mala suerte le importaba muy poco. Su vida no iba a depender de un vulgar trozo de madera. ¿Se habría caído al mar? ¿Estaría en el fondo del océano ejerciendo su malvado poder de atracción? Más les valía que no fuera así. El tipo aquel les iba a soltar una pasta gansa por ese colgante antiguo: seguramente nunca más iban a volver a ver tanto dinero junto. En caso contrario, lo había dejado bastante claro: no era posible volver con las manos vacías.




Paolo decidió volver al yate. No hacía mucho tiempo de su escapada. Ya vería qué excusa le contaban a Don Leone y sus hombres.


—¿Volver?—gritó Massimo—. ¡Estás loco! ¡Nos van a matar! ¡No quiero volver!— Massimo se enderezó; lo miraba furioso.


—¿Y qué quieres que hagamos? ¡Si no le llevamos el colgante al viejo nos matará él! ¡Seguramente te lo dejaste allí, zopenco!... ¿Qué haces, Massimo?


—He dicho que no quiero volver y no voy a volver.— Massimo agarró a Paolo por el cuello con el fin de estrangularlo. Paolo, sorprendido, forcejeó con él, pero no le sirvió de nada. Massimo era el más fuerte.




Tras breves instantes, solo quedaba uno en la barca. Massimo apartó el cuerpo de Paolo y cogió los remos. No sabía hacia dónde tenía que dirigirse. Tras darse unas palmaditas sobre lo que colgaba a la altura de su pecho, se concentró únicamente en remar con todas sus fuerzas; dejando alguna para reírse de lo perfecto que le había quedado su papel de “loco obsesionado con la maldición del colgante”.




“Quien ríe el último, ríe mejor”, podría decirle el colgante a Massimo, si hablara... Massimo fue a parar directamente a las inmediaciones del yate de Don Leone. ¿La maldición? Con lo agitado que estaba el mar y lo cansado que estaba él de tanto remar no le dio tiempo a pensar. Únicamente le dio tiempo a sentir la bala que muy hábilmente le atravesó la frente.




Comentarios

  1. Me gusta mucho. Me gusta el tema, el devenir de la historia, las fotos...

    ¿No sabía que te gustaba tanto Italia?

    Enhorabuena grandísimo relato. Sigue así

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    1. Me alegro que te guste.... Este relato lo escribí para el blog de Literautas. Aun espero la corrección que me tienen que hacer... A ver qué pasa... Me gusta Italia, sí.... pero te contaré un secreto: y es que recurrí al tópico de los nombres italianos porque no sabía cómo llamar a mis personajes... en fin...
      Espero estés mejor del cuello. Un abrazo!

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    2. Literautas?

      Yo soy un enamorado de Italia en todas sus épocas. Uno de los libros que más me gustaron fue Bomarzo.

      Nombres italianos que me encantan: Pierluigi, Gianni, Alfredo, Guiseppe...

      Petición si te atreves: Un relato ambientado en Roma. Tienes guerras, política, intrigas, gloria, poder, dinero, esclavos, ricos, pobres, cultura, conquista...

      El cuello mejora muy despacio.

      Un saludo

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    3. Hola! Sí, Literautas es un blog muy chulo que contiene recursos para escritores y cada mes proponen un tema para escribir un relato. Los escritores que participamos en ello nos comprometemos a corregir los relatos de otros escritores siguiendo unas pautas que nos marcan desde el blog. Es muy divertido, me gusta un montón y estoy aprendiendo mucho...
      En cuanto a lo del relato ambientado en Roma, todo llegará!!!
      Buen fin de semana.

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  2. No sé por qué, me daba la sensación de que esto no iba a acabar nada bien para ninguno de los dos. A pesar de esa intuición, no das mucha tregua al lector. Le pones en escena inmediatamente y le obligas a no apartar la vista mientras la acción se va volviendo más desesperada. El final, poco menos que acertado; no porque se merezca el tiro, que también, sino porque confirmas que "algo" tiene el colgante.
    ¡Felicidades, nos leemos, por supuesto, y pasa buenas fiestas!

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    1. Pedrooo, gracias por leerme!! Feliz fin de semana!! Voy a ver tu relato ahora mismo!!! Un abrazo.

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  3. ¿Y por que era tan importante el colgante? Me quede con esta pregunta. Un relato muy interesante, me gusto. Saludos.

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    1. Bueno, era importante porque les iban a dar bastante dinero por él y no podían volver con las manos vacias :-) Me alegra que te guste.

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