Día internacional del suicidio
Cuando
llegamos a la casa ya era tarde.
Algunos usuarios de la red social lo habían denunciado, adjuntando a los emails algunos de sus tuits más famosos: "¿Quién ha dicho que sea fácil darse muerte? Es un arte el aniquilamiento total", "No es una debilidad, es una conquista sobre uno mismo", ...
Cientos de personas le seguían. Demencial. Por él habían aumentado los casos de suicidio en la ciudad.
Este caso me interesaba, tenía motivos personales. Cómo me enteré, ahora no importa.
—Vale,
Pereyra, pero tienes que buscar ayuda— me dijo mi comisario,
señalándose la cabeza con el dedo.
—El
año que viene, tal vez.
Subimos
corriendo a la habitación, que pensamos era la principal, y forzamos
la puerta sin ningún miramiento.
Dicen que el polvo realmente dañino es el que no se ve. Yo no estaría tan seguro. El que nos recibió en aquel sitio frío y oscuro nos envolvió de tal forma, que aún ahora, quince años después, me pongo a temblar solo al recordarlo. No había luz.
—¡Qué
coño...!— grité.
Tropezamos
con pequeños montículos, que no nos llegaban ni a la rodilla, colocados
tras la puerta estorbándonos el paso. Se desmoronaron y caímos
sobre ellos como marionetas infantiles a las que se les cortan
súbitamente los hilos.
—Sargento, ¿qué es esto?
—Libros,
Martínez, son libros— le contesté yo, levantándome del suelo con
un ejemplar en las manos; "Del
otro lado del jardín",
uno de tantos en los que se hace apología del suicidio.
—Señor, aquí no hay nadie.
—Mirad
en el baño.
Solté el libro sobre unos papeles escritos de manera ilegible. Cogí uno; estaba lleno de párrafos que seguramente habían llamado la atención del lector y los había transcrito ahí mismo: "... se necesita gran fuerza de voluntad para sobreponerse al instinto más poderoso de la naturaleza... por lo que el suicidio prueba más ferocidad que debilidad". Gran lema para un gran loco. Si nuestra naturaleza humana desea de forma innata vivir, ¿a qué viene sentirse orgulloso de lo contrario? La herida que me ardía dentro continuó abriéndose sin ninguna piedad. Un cenicero repleto de colillas malolientes, restos de bocadillos y vasos de coca-cola vacíos completaban el patético cuadro.
Reparé en un sobre cerrado, apoyado en el monitor. "Sargento Pereyra". Sabiendo quién era el remitente me senté en su taburete con la extraña sensación de estar arrebatándole el puesto.
Sacando la
carta del sobre leí:
"Papá: Ya no puedo más."
Tenía
un hijo de veinticinco años y no sabía dónde estaba. Se hacía
llamar DIAINTERNACIONALDELSUICIDIO.
"La
muerte es desesperante. ¿Por qué mamá tuvo que morir sola y
desamparada? Fue una crueldad, una humillación. Me refugié en los
libros, esos con los que seguramente te has tropezado al entrar en mi escondite,
donde encontré respuestas contundentes. Y, decidido, comencé un
movimiento pro suicidio: el hombre debería controlar su propia
muerte donde y cuando él quiera.
Siempre
me he sentido solo. Nunca he entendido el sufrimiento. ¿A quién le
iba a preguntar? ¿A ti? Tú aceptaste la muerte de mamá sin
preguntas. ¡Pero yo tenía muchas preguntas! Vivir, ¿para qué?
Aprobar los exámenes, ¿para qué? Ver los partidos contigo, ¿para
qué? Amar, ¿para qué?... Placeres fugaces... ¿Para qué, entonces? ¿Para morirme?... Tenías fe, me
dijiste. ¿Quién es ese Ser que, según tú, te da la vida y luego
te la quita sin preguntarte? Ni tú ni nadie me lo
contó.
DIAINTERNACIONALDELSUICIDIO
me ha confirmado lo fácil que es manipular a la gente. Ahí no estoy
solo.
Quiero morirme, papá."
Yo
también he deseado morirme, muchas veces, pero evitar "caer del
puente" demuestra mayor amor, aunque entre el puente y el río
exista la misericordia de Dios... ¿Quién no se ha cuestionado el sentido de su vida? ¿Quién no ha sufrido nunca? Me contaron una vez que sufrir puede salvarnos y salvar a otros de una vida sin sentido. Pero yo no supe transmitírselo a mi hijo.
Llorando
vi cómo las caras de mis compañeros me lo decían todo al volver del
baño.
Me ha impresionado tu relato, Elena. Muchas veces nos preguntamos cual es el sentido de nuestra vida, por que las cosas no dependen muchas veces de nosotros, pasan ciertos eventos que nos machacan el corazón sin piedad y nos vemos sin poder de parar este dolor y esa tristeza que sentimos. Pero yo confío que hay alguien allá arriba que sabe por que nos pasa todo eso y que al final del todo tendremos una vida mejor. No creo que la solución de los problemas es quitarte la vida...
ResponderEliminarUn saludo.
Yo tampoco creo que la solución sea quitarse la vida... Hasta he llorado escribiendo este relato. Meterse en la piel de un suicida es muy difícil, sobretodo si es joven y con toda la vida y muchas posibilidades por delante... Un abrazo!
EliminarMe imagino, ya te digo, me emociono tu relato.
EliminarTe salio muy bien, aunque te creo que fue dificil escribirlo. Un abrazo!
Me ha dejado sin palabras, es genial :)
ResponderEliminarGracias Katherine! A mí me sobrecoge cada vez que lo leo, y eso que soy la autora ;-) Un abrazo desde Sevilla!
EliminarRealmente impactante. Pude sentir la intensidad en las emociones y el sufrimiento de tus personajes. Tu relato es tan triste como bueno. Saludos.
ResponderEliminarGracias Jimena. Encantada de tenerte por aquí. Un saludo.
EliminarEstoy de acuerdo con todos los que han comentado tu relato. Es muy bueno y nos ha puesto a pensar a todos. Ojala no existieran gentes así que exhortan al suicidio. No me gusta la influencia de nadie al decidir sobre la vida. Creo que cada cual tiene sus razones para vivir. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarGracias Lumy! Siempre es un placer leerte por aquí. Un abrazo!
EliminarUna manera cruda de tratar el suicidio es justamente lo que acabas de escribir. En sí, moralmente es más que reprobable y siempre decimos que es un acto de cobardía cuando realmente eso es un arma de doble filo: Hace falta tener muchas narices para quitarse a sí mismo la vida, pero esa gallardía es proporcional a la cobardía para enfrentarse a problemas vitales que, a corto o largo plazo siempre tienen solución.
ResponderEliminarRealmente emocionante y con una escritura muy trabajada. Se nota que te salió de dentro. ¡Un abrazo muy grande!