La gasolinera
Marta tenía que volver a esa gasolinera. Cogió la escopeta de caza del fondo del armario, algo de munición, y se fue sin tomarse la pastilla de las nueve. Cuando llegó allí era de noche. La gasolinera le pareció sumergida en un gran banco de niebla, como cuando mojas una galleta gorda en una taza de chocolate espeso. En cualquier momento una mano anónima podría derramarlo. Marta dejó el coche junto a un surtidor. Le costaba respirar. Miró alrededor y vio que estaba sola. Hacía frío. ¿El tiempo se había detenido en aquella gasolinera? ¡Qué idea más tonta! Se abrochó el abrigo y cogió la escopeta. Entonces, entró en la tienda. La última vez que estuvo allí, se entretuvo ojeando revistas y seleccionando distintas chocolatinas como cualquier mortal. Esa noche solo reparó en el hombre que, tras el mostrador, comía pipas mirando el televisor que colgaba encima de él. Apoyó el cañón de la escopeta en el mostrador. -Buenas noches- dijo, muy seria. -¡Pero qué...! ¡Marta!- gritó Sebas ...