La gasolinera

Marta tenía que volver a esa gasolinera. Cogió la escopeta de caza del fondo del armario, algo de munición, y se fue sin tomarse la pastilla de las nueve.

Cuando llegó allí era de noche. La gasolinera le pareció sumergida en un gran banco de niebla, como cuando mojas una galleta gorda en una taza de chocolate espeso. En cualquier momento una mano anónima podría derramarlo.

Marta dejó el coche junto a un surtidor. Le costaba respirar. Miró alrededor y vio que estaba sola. Hacía frío. ¿El tiempo se había detenido en aquella gasolinera? ¡Qué idea más tonta! Se abrochó el abrigo y cogió la escopeta. Entonces, entró en la tienda.

La última vez que estuvo allí, se entretuvo ojeando revistas y seleccionando distintas chocolatinas como cualquier mortal. Esa noche solo reparó en el hombre que, tras el mostrador, comía pipas mirando el televisor que colgaba encima de él.

Apoyó el cañón de la escopeta en el mostrador.
-Buenas noches- dijo, muy seria.
-¡Pero qué...! ¡Marta!- gritó Sebas al girarse-. ¿Qué haces?
-¡No te muevas, mamón! Vengo a por el dinero que te prestó mi marido...- Cargó la escopeta.
-Marta, guapa, espera...- El gasolinero apartó con la mano la posible trayectoria de la bala. No podía creer que la loca mujer del Manuel estuviera amenazándole.- Mira, yo no tengo ese dinero aquí...

-¡Cómo que no!- chilló Marta-.  ¡El otro día dijiste que habías tenido una buena racha en el bingo! ¡Y yo comprándote chocolatinas! ¡Eres un cabrón! ¡Sabes que lo estamos pasando mal y tú de cachondeo!- La escopeta se le movía en un vaivén amenazador.- ¡Venga, si no quieres que dispare esta cosa!

Marta estaba nerviosa y tenía ganas de vomitar. A ver si ese idiota le hacía caso y movía el culo. No podía arriesgarse a que alguien entrara en la tienda.

-¡No voy a darte nada, estúpida!- Marta dio un paso atrás, sujetando todavía el arma con las dos manos.
-¿Cómo dices?
-¡No voy a darte nada! ¿Y sabes por qué? Porque ese dinero no es solo mío. Tu maridito también tiene algo que ver en esto...
-¿Qué estás diciendo?- A Marta le iba a estallar la cabeza.
-¡Pues eso, tonta!- Sebas cambió el tono:- ¡Que Manolito, tú y yo somos ricos! ¿No te ha dicho nada?- Y sonrió como lo haría una vaca estreñida. Sabía que Marta estaba tomando medicación. Tenía que camelarse a esa loca.

Ambos miraron hacia la puerta. Alguien había entrado en la tienda. Manuel, su marido, había ido a echar gasolina. Cuando este se percató de que su mujer estaba apuntando a su colega con una escopeta, lo miró buscando una explicación. ¿Que podía saber Marta?

-¿Qué haces, cariño? ¿De dónde has cogido esa escopeta? ¿Estás de broma?- Manuel, intentando no parecer alterado, sonrió acercándose a ella.
-¡No, guapo! -Marta apuntó hacia él. Seguía muy enfadada.- ¿Cuándo me lo ibas a decir, eh?
-¿Qué pasa? ¿Qué le has dicho?- preguntó a su compadre.

El otro salió de detrás del mostrador y más contento que unas pascuas se abrazó a su amigo y se puso a darle palmaditas en la espalda.
-¡Nada, hombre! Que tenemos bastante dinero para los tres. ¿Verdad que es fantástico?

Manuel no pensaba lo mismo. El dinero que habían ganado en el bingo, todo, íntegramente, lo había invertido en apuestas online, por su cuenta y riesgo. Y lo habían perdido todo. Ya no tenían ni diez euros.
-¿Por qué le dices eso, eh? ¡¿Por qué?!- Manuel perdió los nervios y comenzó a golpear a su amigo. Marta dejó caer la escopeta, asustada.
-¡Manolo, para, para!- gritó Sebas, quitándoselo de encima.- Solo le he dicho la verdad, ¿eh? Que tenemos dinerito suficiente para los tres, que...- Sebas miró a Manuel y se dio cuenta de que algo no iba bien. Marta había vuelto a coger la escopeta.
-¿Qué pasa, Manuel? ¡Mírame! ¡¿Qué pasa?!
-Ya no hay dinero- contestó Manuel. Marta, que los observaba a los dos, no daba crédito. ¡Qué par de sinvergüenzas! Sabía que su marido era muy aficionado a las apuestas. ¡Seguro que algo de eso tenía que ser!
-¡¿Cómo?!- Estalló el gasolinero.- ¿Qué estás diciendo?- La tienda empezó a darle vueltas peligrosamente. Notó como la sangre le subía a la cabeza y empezaba a asfixiarlo.

Manuel le dijo la verdad.
-Anoche lo aposté todo y lo hemos perdido...

Sebas notó cómo se lo llevaban los demonios. En dos segundos, empujó a Marta, le quitó la escopeta de un manotazo y mandó a su compadre al otro mundo dejando la gasolinera de nuevo en silencio y sepultada bajo la niebla.

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